Un Hada
Enrique Germán Martínez
Marino poeta

Dejaba luces brillando
allí por donde pasaba,
por los senderos que orillan
el roquedal a la mar helada,
que eterna y murmurante
ansiosa la esperaba.
Su cuerpo y alma desnudos
en la rompiente se expiaban,
nadando contra las olas,
así purgaba su alma.
La mar salina enjugaba
pecados y deudas varias,
mientras del cielo luceros
su purgatorio alumbraban.
Ella, tan sólo nadaba,
para tornar al blanco su alma
y emerger su cuerpo pulido
en bello y fino nácar.
Caminando entre la espuma
que excitada la rodeaba
y acariciándola con descaro
e impudicia, que ella ignoraba,
haciendo sombras al cielo
y al esplendor
de noche estrellada.
Abstraída de su entorno
a paso firme avanzaba
de nuevo hacia la vida
bajo miradas que la juzgaban
pero absuelta de sus yerros
perdonada y más liviana.
Podía regresar a su mundo
había vuelto a ser un hada.
Habrá de andar todo el día
para llegar de madrugada
en letanía infinita
que nunca jamás se acalla.
Senderos de luz tras ella
a cada paso que hollara
y chispas en el aire
igual cuando vuela un hada.
Nadie podía seguirla
porque en sigilo
Y veloz andaba
entre árboles añosos
y rocas que ella saltaba.
Parecía ir tan veloz
como hada que volaba
y el mito del roquedal
que la mar celoso guardaba
es que no era mujer común…
sino que había de ser un hada.
