MEMORIAS DE UN VETERANO: 2 de Abril en dos capítulos. por Enrique Germán Martínez marino poeta

Fotografías: Vista satelital de las Islas Malvinas. Plana Mayor del Destructor ARA «PIEDRABUENA», y este en navegación.

«UN CAPÍTULO ÉPICO»

El 25 de marzo de 1982 La Fuerza de Tareas Anfibia 40, estaba integrada por el Portaaviones ARA 25 de Mayo, los destructores ARA Hércules, ARA Santísima Trinidad, ARA Py, ARA Seguí, ARA Piedrabuena y ARA Bouchard;  además de las corbetas ARA Drummond y ARA Granville. Como núcleo logístico de la Fuerza se encontraban el B.D.T. ARA Cabo San Antonio y el Rompehielos ARA Almirante Irízar, actuando en forma independiente el submarino ARA Santa Fe.
La Fuerza transportaba aeronaves de la 1ra y de la 2da Escuadrilla a Aeronaval de Helicópteros, fuerzas de los Batallones de Infantería de Marina Nº 2, de Vehículos Anfibios, de Servicios, de las Agrupaciones de Buzos Tácticos y de Comandos Anfibios, del Destacamento Naval Playa y del Regimiento de Infantería de Ejército Nº 25.
Entre los días 28 al 30 de marzo de 1982 se llevó a cabo un desembarco en Puerto Argentino, en las islas Malvinas. El destructor ARA Piedrabuena, en el que me desempeñaba como Jefe de Operaciones con el grado de Teniente de Navío y una edad de 31 años, formaba parte de una cortina antisubmarina para proteger desde la distancia considerada más adecuada, al núcleo de buques capitales que participaban activamente en el desembarco del personal y material.
Tras un breve lucha, las fuerzas argentinas dominaron la situación en toda la geografía involucrada y la operación “ROSARIO” logró rendir la guarnición local, cumpliendo con el objetivo de recuperar las islas, produciéndose bajas sólo en las fuerzas argentinas.
Luego del exitoso desembarco y asegurados todos los objetivos estratégicos mi unidad, el Destructor ARA Piedrabuena, fue en un primer momento destacado a fondear a Bahía de la Anunciación, una pequeña caleta situada al norte de Puerto Argentino a la espera de nuevas órdenes.
Durante las siguientes horas las noticias que llegaban de Londres y Buenos Aires se sucedían cambiantes a la velocidad del rayo. Hoy tras el paso de los años y habiendo conocido por libros y otras publicaciones muchos más detalles que los que conocíamos en aquel momento, creo casi con seguridad que los gobiernos involucrados no demostraron verdadera intención de dar una solución pacífica a la controversia y que la épica recuperación de las islas por parte de sus fuerzas militares o el mantenimiento de la ocupación en el otro caso, serían utilizadas probablemente para asegurar resultados electorales o de imagen favorables.
No duró mucho el descanso del fondeo en esa bahía de aguas frías, tranquilas y transparentes. Junto con el resto de la flota, mi buque, el Destructor ARA Piedrabuena; fue destacado de regreso a la Base Naval de Puerto Belgrano a reabastecerse al 100% de su munición de combate, de víveres y refuerzos de repuestos y de personal, para enfrentar una posiblemente larga campaña en el mar y contener a la flota oponente, que a una inexplicable baja velocidad se concentraba desde todos los rincones de Europa, con modernos y abundantes pertrechos, comparativamente muy superiores a nuestras capacidades en algunos aspectos y se dirigía hacia el hemisferio sur.
La estadía en Puerto Belgrano mientras el buque era alistado al grado máximo de su capacidad de combate duró cinco días que casualmente coincidieron con la Semana Santa, por lo que ambas situaciones conjugadas en un mismo momento, dieron lugar a profundas reflexiones y fuertes sentimientos.
Para muchos sus temores se transformaron en realidad y partieron para siempre. A esos camaradas que permanecen en su último puesto de guardia, Dios y la Patria les concedan el honor y la gloria eterna. Para ellos mi emocionado recuerdo, agradecimiento y admiración por su valor en todas las circunstancias que les tocó vivir y por su entrega incondicional al servicio.

A las autoridades de ambos países que al parecer, por simétricos motivos, no pudieron llegar a un acuerdo pacífico, si así fuera, que el juicio de la historia caiga sobre ellos con todo el rigor que merecen.
A los veteranos que regresamos a casa nos cabe el deber de resaltar los actos de heroísmo de quienes cayeron en la batalla y dar nuestro testimonio de que se combatió con valor, profesionalismo y orgullo patriótico.

No éramos «los chicos de la guerra» esa patética imagen llorosa, adolescente y sufriente con la que muchos nos quisieron caracterizar, ni tampoco fuimos víctimas de nada ni de nadie. Éramos combatientes, sujetos a las leyes de la guerra, orgullosos de nuestro uniforme y de nuestra bandera. Si pasamos algunas privaciones y padecimientos sabíamos que las guerras se caracterizan por esas alternativas.
Pero también sabíamos que esos padecimientos no eran nada comparadas con la certeza de que el oponente tenía, al igual que nosotros, la firme determinación de quebrar nuestra voluntad de lucha por medio del daño.

Que la Patria no olvide a sus militares, ya sea profesionales o reclutados, que fueron a defenderla en combate confundiéndolos a ellos con el nivel de decisión política de aquellos tiempos. Sería una ofensa a los jóvenes que se entregaron a la batalla desigual con valor y patriotismo y una afrenta a la dignidad de sus Instituciones en las cuales se forjaron y prepararon para ir a la guerra: las Fuerzas Armadas de la Nación.

Enrique Germán Martínez (h)
Veterano de Guerra Nro. 8521622