Cayendo la tarde
el cielo se oxida
colores rojizos,
en paleta divina,
arreboles de ocaso
en cielo encendido,
presagios de calma
agradece el marino.
La paz duradera
no es un destino,
son muy cortos pasos
de un largo camino,
lo dice la luna
con halo amarillo,
y las nubes mordidas
por vientos impíos.
Orgullosa la Nao
de su Rey y destino
estandartes flameando,
en burlón desafío
seis velas lo impulsan
henchidas de bríos
que brisas a un largo
al madero confían.
Crepúsculo cruel,
recordarán de por vida
el azote del viento
que sorprende al navío
estalla en la jarcia
y el tronar encendido
de un feroz aguacero
rebalsando aljibes.
La Nao avanzaba
en la mar que hervía,
ya no era un paseo
con marejadilla;
eran olas nacidas
en el infierno mismo
que tragarse quisieran
al madero y sus vidas.
La jarcia soporta
dudosa el castigo,
rechinan sus piezas
de cáñamo y lino,
obenques y burdas
y anclajes muy firmes
resisten luchando
hasta el último hilo.
En cada ola triunfante
que invade el castillo,
la Nao apuntaba
el bauprés al abismo
el combés bajo el agua,
dejado al peligro
barrido con saña
por torrente asesino.
De pronto una vela
estalla en mil hilos,
gualdrapeando en azote
de viento estampido
latigazos del lino
nacido en Egipto,
impiden salvar
ni un trozo mezquino.
El mando angustiado
en toldilla reunido,
escucha un golpe
sordo y resentido
seguido de impacto
con un estallido
La verga “velacho”
del Mayor ha caído!
y arrastró jarcia-labor
y la vela sin rizos
¡La Hostia Sagrada
de Nuestro Señor!
“gavieros arriba!…”
y llevad mi consejo
“una mano para el Rey
y otra para vos mismo”
Magnifico parte del poema, donde la calma rojiza el halo dorado no promete oro ni gloria sino que presagia peligro. Y expectativa que crece.
Me gustaMe gusta