Antes que nada deberíamos saber que la honestidad no admite un mensura cuantitativa, nadie puede ser “muy honesto» o «poco honesto». Se “es” o no “no sé es” honesto, de lo contrario un ladrón que roba un Banco es mucho más honesto que aquél que robó veinte bancos y eso es ridículo. La honestidad no solo rechaza el robo o sus formas de manifestarse en la política y en la sociedad (corrupción, coimas, dádivas, estafas), también rechaza la mentira como forma de engaño, porque con la mentira es donde se esconde la falta de honestidad. Los deshonestos son mentirosos porque niegan sus actos de corrupción, y además cuanto más corrupto más refinada será su mentira ya que su delito habrá sido más masivo y complejo, por lo tanto más difícil de ocultar.
La falta de honestidad arruina a países y sociedades enteras. Si el deshonesto es un gobernante este será el ejemplo más destructivo y disociante que podría proyectar sobre ciertos sectores de su pueblo de escasa educación y comportamientos vulnerables e influenciables, sobre todo cuando existe una pasión irracional por algún partido político de raigambre popular al cual “todo le es perdonado”. Un pueblo débil en sus ideas y convicciones, es presa fácil del populismo y puede llegar a ver un nuevo paradigma del camino al éxito, en ese desastroso ejemplo de deshonestidad de sus líderes. La deshonestidad también arruina la economía y a la larga la prosperidad y el bienestar de todos, porque además de la afectación directa, por la desaparición de caudales públicos, el desánimo que se produce entre comerciantes y empresarios a quienes se les exige una pulcritud rayana en lo absurdo cuando los funcionarios que lo exigen están cuestionados desde todos los ángulos de la sociedad. De manera que la honestidad está adherida la verdad y es más dañina cuanto más público y notorio sea el deshonesto.
En este punto deberíamos entonces comenzar a hablar de responsabilidad, ya que a simple vista un funcionario público que se corrompe es mucho más culpable de las consecuencias dañinas sobre la sociedad que un ignoto desconocido empresario o comerciante. Cuando una sociedad tolera la existencia de funcionarios de muy alto rango con innumerables actos de corrupción en sede judicial sin que nadie muestre una mueca de d
esaprobación, es conveniente que ese pueblo se mire al espejo de la conciencia ya que a simple vista su tolerancia al delito tiene un umbral muy bajo. Ahora si un partido político impide la remoción del personaje corrupto esa agrupación es cómplice y una sociedad justa debería castigarla con su voto Si no lo hace es una sociedad deshonesta que carece de anticuerpos y tarde o temprano caerá bajo las garras de políticos inescrupulosos, dictadores o líderes populistas. Finalmente, la deshonra, defrauda las expectativas de las personas y su confianza. Es como consumir un patrimonio irrecuperable, ya que a diferencia de la moneda no se puede volver acuñar.
Ilustración: Bandera argentina, Fabián Marcaccio.
Es muy triste pensar que «todo pueblo tiene el gobierno que se merece» y más en el caso de la Argentina que tenemos la mala fama de votar mal…por ejemplo cuando asumió por primera vez el General Perón al gobierno éramos la séptima potencia mundial y a partir de ese momento sucedieron en su mayor parte gobiernos peronistas… Ahora estamos en el fondo del pozo y terriblemente lejos de nuestras épocas de gloria… es como que la deshonestidad comenzó a ocupar espacios vacíos que dejamos a su suerte…esto es en todos los estamentos inclusive en las Fuerzas Armadas que actualmente están en condiciones precarias por el abandono de la clase política y de algunos integrantes de la misma que para no perder su «zona de confort» hicieron oídos sordos a los reclamos de sus pares demostrando ser deshonestos con su vocación.
Este tema sirve para un fuerte debate que sólo podrá ser cerrado por las generaciones venideras si pueden reaccionar a tiempo y no se mimetizan como lo hicieron hasta ahora nuestros antepasados y actuales.
Saludos cordiales.
Daniel F. Caminoa Lizarralde
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